Sin haber terminado su mandato, el presidente Gustavo Petro comenzó a mover las fichas para asegurar la permanencia del progresismo en el poder.
Con una puesta en escena cargada de simbolismo político y frente a una multitud reunida en la Plaza de Bolívar, El discurso que oficialmente presentó ante el Senado la propuesta de una consulta popular, fue en realidad el banderazo de salida de la campaña presidencial más anticipada de la historia reciente del país.
Lejos de esperar los tiempos formales, el presidente le apostó a una estrategia directa: movilizar al electorado, encender las bases territoriales y polarizar el debate político. La meta no es menor. Petro quiere llevar a las urnas a más de 15 millones de personas, superando por más de cuatro millones la votación que lo llevó al poder en 2022. Todo esto, sin el desgaste habitual que deja gobernar durante tres años en medio de tensiones políticas e institucionales.
La fórmula ya está en marcha: comités locales liderados por las mismas figuras que lo acompañaron en la campaña anterior, una ofensiva de subsidios enfocada en los sectores más vulnerables, giras constantes de su gabinete por todo el país, y una maquinaria de publicidad bien engrasada en medios tradicionales y redes sociales.
Pero más allá del despliegue operativo, hay una directriz que marca el tono de esta nueva cruzada política: intensificar la polarización. Petro ha instruido a su equipo a descalificar a quienes se opongan o se abstengan frente a la consulta y presionar a los poderes públicos para que respalden su propuesta. La idea es clara: convertir la consulta en una especie de plebiscito sobre su modelo de Gobierno.
Aunque el Senado apenas comenzará a discutir si avala la consulta popular, la campaña ya arrancó. Y no hay duda: Petro está decidido a hacer de esta iniciativa el caballo de batalla de su proyecto político a futuro, sin esperar las reglas del calendario electoral ni las formalidades del Congreso. La carrera por el 2026 ya empezó, y la Plaza de Bolívar fue su punto de partida.